Hoy en el trabajo, alrededor del mediodia, se acerca una persona y me dice:
- ¿Vos sos Mariano?
- Sí
- Toma -y entrega un sobre.
Abro el sobre y de adentro sale... ¡¡Macanudo 1 de Liniers!!
Río, agradezco, la persona me sonríe aclarando que no es nada, luego da la vuelta y desaparece.
Estación Gràcia, Linea 7 de los Ferrocariles de Catalunya, dirección Tibidabo, nueve y media de la noche.Visto saco, camisa, pantalon de vestir, zapatos, la mochila con la notebook, el libro de liniers bajo el brazo. Pensamiento único: "Dios mío, ¡quiero mis toppers!"
Pongo el ticket y bajo las escaleras mecánicas. El anden de la estación esta en el medio. Por la derecha corre el tren que debo tomar, por la izquierda el que me lleva para el otro lado.
Tomo asiento en uno de esos bancos sin respaldo. A mi costado esta sentada una chica. Nos sentamos cada uno mirando para su lado: Yo, el derecho, ella, el izquierda. Si nos acercaramos, quedaríamos espalda con espalda.
Pero en vez de eso mantenemos la distancia, yo ocupado en recordar a mi Macanudo bajo el brazo, ella absorta en leer su libro, su silencio que sugiere tristeza, o soledad.
Enderezándome un poco comienzo a hojear las primeras páginas y una realidad se me hace inevitable:
- Me comienzo a reir en voz alta.
Hablo de esa risa feliz, de esa risa de quien-disfruta-la-cosa, esa carcajada espontánea que no pide permiso, ni completa huecos. La chica me mira de costado, al principio molesta por que mi risa la interrumpe, luego como cómplice del momento.
Sigo pasando las hojas y cada chiste me hace reir más, pierdo conciencia de donde me encuentro y no puedo evitar reirme, comprender lo bello de todo tan solo por un libro, unas historietas, la singular forma de dibujar de Liniers.
Pero pronto, no soy solo yo el que río. Mi risa contagia, y la chica rie conmigo, y su risa también es espontanea, también tiene eso de infantil y nuevo. Me mira de reojo con la complicidad ya establecida y ambos reimos juntos, nuestra risa es una risa, mi felicidad la salpica como una lluvia al mar.
Y en este juego de reojo nos miramos, y una risa nace en mi para llegar a ella, posarse sobre sus labios como una nube invisible. Y el ruido del tren llega un poco más allá, y aunque el juego está establecido, aunque ya se puede saludar y preguntar lo-que-sea, mejor es congelar el momento, dejarlo ahí eterno, como una estatua viviente, como una sombra que no cambia de forma.
Mis risas se transforman en una mueca de sonrisa, su mueca de sonrisa en una mirada de silencio.
Suspiramos, y asentimos, estamos acordando algo que no necesitó ser dicho, una línea que seguira escribiéndose en otras personas.
Entro al metro, tomo asiento. Ella vuelve a su libro, la voz automática anuncia que las puertas se cierran, más alla veo llegar el tren del otro lado.
El libro de liniers se abre de nuevo, la chica pronto desaparece.
Una risa queda posada en aquel banco.